domingo, 17 de febrero de 2008

Cobardía... y lágrimas...

A veces mis palabras, mis pensamientos, mis instantes de soledad suenan a determinación y valentía, pero al final, son escarceos con la cobardía. No me atrevo, no puedo, siento que se me cae el mundo y sin saber por qué noto que unas gotas entre amargas y dulces pueblan mis mejillas, se deslizan y buscan el camino hacia el interior de mi cuerpo a través de los labios semiunidos que permiten una respiración entrecortada y triste. No puedo. La cobardía se adueña de mí y me dice que es mejor poco que nada. Que merece la pena sufrir por pequeños instantes fugaces y transitorios de dudosa felicidad. Cobardía, ¿por qué no te vas? ¿por qué no me dejas sola de nuevo?... Preguntas sin respuesta revolotean por mi mente sin posarse, sin darme tiempo a encontrar respuesta para una sola. Cobardía que no me dejas pensar por miedo a las respuestas hirientes y a las que no quieres poner palabras porque al darles un nombre se convierten en reales, y te engañas. Te engañas a ti misma porque que en el fondo es mejor que te engañes tú que que te engañen los demás. Cobardía, déjame sólo unos días, déjame encontrar la verdad sin miedo a afrontarla, déjame descubrir por qué me hacen llorar, déjame descubrir qué ocurre a mi alrededor. Sólo déjame, vete, vete lejos....

jueves, 7 de febrero de 2008

...Y volvieron los colores

El Sábado jugaba el Celtiña. En frente un equipo de segunda. Yo en la grada. Al principio me daba pena pensar que estaba en Balaídos y que iba a ver Celta-Castellón, un partido de segunda. Pero entonces el árbitro pitó el inicio del encuentro, el himno del Celta volvió a sonar, la afición (9000 espectadores) se puso en pie para corear "nuestro himno" y agitar las bufandas. Entoces me olvidé de que era un partido de segunda, de que ni siquiera estamos en puestos de ascenso, de que el Celta necesita más, mucho más. Los 9000 espectadores que poblábamos Balaídos gritamos, nos pusimos de pie, nos tapamos la cara, sufrimos, insultamos, animamos, nos desesperamos,..., pero al final llegó... De nuevo llegó el grito de ¡GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL!, los abrazos, la euforia, la alegría, las bufandas sobrevolando nuestras cabezas... La afición se animaba y los jugadores lo intentaban. No pudo ser. Perdimos. Pero la emoción de volver a gritar ¡GOL! todavía la puedo sentir. Mi bufanda aún reposa en mi escritorio, recordándome porque anhelaba tanto una tarde en Balaídos, porque el sentimiento común, instantáneo, liberador e inesperado de miles de gargantas gritando lo mismo por una misma causa no tiene precio.

¡Volvamos a Balaídos!