Un avión despega. 15 minutos y.... el blanco de las nubes. La tierra se desvanece ante tus ojos atónitos. Ante la incertidumbre de volar. El pasado queda en tierra. El presente es aire. El futuro... Las imágenes del pasado se arremolinan en tu mente. El pasado, un recuerdo, una vida, una imagen... un último adiós, una última mirada, un último beso... y unas escaleras que te conducen al futuro... Las subes, te acomodas en tu asiento y cierras tus ojos. A través de los ojos cerrados observas como se empequeñece la tierra, se convierte en sombras de lo que era sólo un instante atrás. Como los recuerdos que se mezclan con las esperanzas y las expectativas. ¿Son recuerdos de un pasado o son recuerdos de un sueño? ¿son expectativas o son temores?. En tu mente tratas de dibujar una imagen clara de algo, de una cara, de un animal, de un edificio,... pero todo se ha difuminado, a medida que el avión avanza la nitidez se desvanece, como si lo que dejas atrás nunca fuese a ser lo mismo de nuevo. Como si el pasado se muriese en el presente, como si enfadado por tu abandono quisiera abandonarte. Pero olvidar es recordar, saber que hay algo que olvidar significa que hay algo que recordar...
Giras la cabeza, como buscando una señal, una respuesta, una imagen que te lleve más allá. Una luz que te saque del laberinto, que te conduzca al futuro por el camino sencillo, aunque no rápido, pero la luz... la luz... la luz se confunde con la oscuridad, y a través de tus párpados perfilas el recuerdo de un sueño que te mostraba el futuro. La felicidad de recordar, la facilidad de olvidar. La vida. 25 años y millones de recuerdos que se arremolinan en tu mente, que no te dejan aislar un solo instante, ya sea de dicha o de la más profunda tristeza, pero uno, sólo uno que te guíe, que te muestre a ti misma, que te descubra tu interior. Un instante pasado que se convierta en el perro del lazarillo, en el único que ve el camino. Te conoce, te muestra y tú cierras los ojos ante tu evidencia, ante la posibilidad de descubrirte, te asustas, y huyes, te refugias en los millones de recuerdos que aniquilan la soledad. Una soledad que te posee y a la que quieres cerrar las puertas de tu corazón, de tu vida. Y ese instante, nítido, claro, se niega a aparecer en tu mente, el refugio huye de ti, como tú de ti mismo. Te anulas, al escaparte. Te oscureces al encerrarte en la gruta de tu soledad, de tu deseo de aislamiento irrealizable. Tu mente no se detiene, el fluir de los recuerdos se confunde con el inmenso deseo de respuestas, de entendimiento, de solución... pero ¿cómo hallar respuestas si no te respondes a ti mismo? ¿si te niegas a conocerte?, te ausentas y vuelves, vas y vienes, pero siempre por el mismo camino, como una noria, que no se detiene pero nunca llega a puerto.
Giras la cabeza de nuevo, todo está blanco ¿o todo es blanco?, no importa, sólo quieres aislarte, salir del mundo, detener el tiempo en el pasado, conseguir entenderlo, volver allí con la ventaja de haber estado en el futuro, de no cometer los mismos errores, sin esos errores tú no serías tú, sino un tú diferente, seguro mejor, por eso sigues pensando. Pero ya eres diferente, ya no eres el mismo que un minuto atrás y las preguntas permanecen como si la mente sobreviviese al estado letárgico de tu cuerpo. Sientes, pero sólo sientes ideas, sólo sientes el vacío de no responderte, de no encontrarte... te buscas y al buscarte te alejas de ti mismo. Palabras y palabras y más palabras se confunden en tu mente. Intentas ordenarlas y entenderlas, pero su significado se desliza como la lluvia en los cristales de la ventana, que sigues observando con tus ojos cerrados. Cerrados para no descubrir, cerrados para descubrirte. Para descubrir que tal vez el misterio, el encanto de la vida está en no descubrir nunca, o en vivir descubriendo. Y entreabres tus párpados, la puerta de la luz y del misterio, la puerta de los temores que querías dejar fuera al cerrarlos, pero ellos siempre encuentran el camino al interior, tal vez para mostrarte cómo alcanzar el exterior. Asustado los cierras de nuevo, para darte cuenta de que siguen ahí, dentro y fuera, pero dentro los retienes, les das formas. Son tuyos, sólo tú los ves y sólo tú los tienes. Son ese pedacito de ti que nadie puede arrebatarte. Esa gran parte de ti que no entiendes. Y te cuestionas, te preguntas y nunca te respondes.
Tal vez si abrieses los ojos, tal vez si mirases más allá en el tiempo y el espacio, más allá del pasado, más allá del presente. Tal vez si dejases de pensar, tal vez si observases, tal vez si.... Tal vez si... Vuelves, abres los ojos. Descubres, descubres que sólo el blanco permanece, que es uniforme, que se presenta ante ti diciéndote que no es una nube, que no es un avión, que es.... que es algo que habías olvidado. Que es la realidad y que las gotas que percibías en el cristal son tus lágrimas que te impiden ver con nitidez el blanco de la pared mientras dos palabras resuenan en tu mente: “good night, good night, good night”.... Sólo dos palabras. Sólo 15 minutos. Una vida.